miércoles, 14 de octubre de 2009

Nada en realidad

No era tener que recurrir a aquello que está exhaustivamente lejos de la alegría, vale decir, al optimismo. Era otra cosa: algo como el calor de la piel en su lugar. La felicidad inadvertida que se arrima a las mesas de los cafés, alguna tarde de febrero: poco a tiempo, pero dispuesta a confirmar que se ha vivido bien. Que todo lo perdido, lo quebrado, lo cruel, lo aburrido de los días lentos iguales a los días, todo lo llevado a la cama con un nudo en la garganta para despertarse gritando, toda tu puta vida, dibuja de golpe una rigurosa acrobacia y se organiza. Pero no es que se organiza; más bien, la respuesta ya está ahí, organizada en el vientito ése que entra por la ventana. Y uno está tomando una cerveza con un amigo, y ninguno lo nota. Y no hay nada, en realidad: únicamente, la piel en su lugar. Y el corazón a salvo en la casa de la piel.