jueves, 26 de mayo de 2016

Se ruega insertar

Escribí esto hace tres años, y en estos días me anduvo dando vueltas. Comparto.

Se ruega insertar

Escribo mientras toso. Tengo una infección bronquial que requiere solamente eso: que tosa y tome analgésicos. Toso, escupo los virus y, eventualmente, mejoraré. Pero eso es exactamente lo que mi padre no pudo hacer. “No reacciona”, me decían los médicos en el Hospital Español, “y necesitamos que se despierte para que tosa”. Parecía no querer despertarse: y no lo hizo. Lo que siguió y lo que sigue es una intensa presencia de su ausencia, y una ausencia inagotable de su presencia. Toso todo lo que él no tosió, así como respiro el aire que él ya no respira, y miro lo que no ve. Pero él, todo entero, no presentificado sino presente, asedia mi tos con su palabra: “primero viene la fiebre, después una tos seca, perruna, y luego, cuando la enfermedad evoluciona, una tos productiva”, palabras dichas cientos de veces, por teléfono a sus pacientes, y también a nosotros. Él, imposiblemente, desde su él en mí, me salva y parece que vuelve y, sobretodo, que no vuelve: que ahora soy yo. Que esto que soy se ha convertido en una desmesurada responsabilidad por su memoria. Memoria que, de pronto, parece mayor que sí misma, como dice Derrida: más vieja, inadecuada para sí misma, preñada de este otro. Y es que no se puede aislar a los muertos de los vivos, che, basta de levantar monumentos y lápidas. No se los puede incorporar, ni interiorizar: no se los puede neutralizar. Su ser es transitivo, como dice Nancy: habitan el mundo como un secreto a voces.
Ayer, afiebrado, soñé que había que encastrar unas letras, las de tu apellido, o sea el mío, en una pared. Eran unas letras de molde, enormes y doradas. No podíamos superar la “G”. Yo miraba la “R”, ahí tirada, sin que la pudiéramos montar en la pared, y pensaba en el sueño: es imposible. No termino de montar tu nombre propio, ese que habita fantasmáticamente en el mío; ni voy a terminar. La muerte, lo que afirma contra la pared el nombre propio y lo ajeniza del todo, la que lo pone ahí ya todo para los otros, siempre parece cobrar forma de historia completa, de nombre de una Mismidad cerrada y total. Pero no es así, ahora lo sé. Si me banco este estar, te banco: si me banco tu mortal presencia de duelo sin fin en mí como el testimonio de que no soy ese sujeto cerrado sobre sí, ese varón occidental racional, bla, bla, bla, sino una suerte de red, o de punto o espacio en una red de sentidos, de amores, de abrazos, de palabras inolvidables o tontas, vivas en la muerte y muertas en la vida, entonces sí, desde allí, en estado de abierto, parados en el vórtice de la incertidumbre expuesta, somos: y vos sos conmigo.

Junio de 2013