Hace un rato, el
viento de la madrugada trajo el sonido del tren. No pasa siempre: depende de
él, del viento, y de que haya silencio a las cinco de la mañana. Cuando antes lo
escuchaba, algo de magia aparecía: una sintonía con el mundo. Incluso, solo en
mi sucucho, levantaba una mano al aire y saludaba. Y respiraba. Ahora, recién, el
sonido era el mismo, el frío era el mismo, el silencio tenía lugar, pero todo
es un mero recordatorio: ahí afuera hay un mundo, sí: inhabitable. Y estar en
el mundo con los trenes de la madrugada ya no es un lugar. Es un recuerdo.