miércoles, 22 de abril de 2009

Balance en forma de post-reposteo a reposteos post(as)

Si yo hubiera sacado un blog para situarme "virtualmente" por encima de todos y juzgarlos sin piedad; si considerara el fin de la zona urbanizada como un territorio donde el narrador es un héroe que se caga en todos, muestra su superioridad y dice (perdón por la cita) "síganme, no los voy a defraudar", o simplemente lo usara para cagarnos de risa un rato y putear libremente, ok. En ese caso, yo agarraría y, al reposteo de Syla en el post anterior, le hubiera contestado: si no te gusta, andáte. No leas este blog.
Pero resulta que el intento, al menos, no es ese. Así lo entendieron, al principio, Luna, Caro, Pandemia, Kolo, Iluso y otros. Ahora bien, la lógica bloguera está muy poco definida, y entonces la escritura se hace muchas veces vacilante. La única que se daba cuenta de que había un problema con esto era Marian, y ahora, Syla. El problema son los relatos del tanito. Sí, de acuerdo, son descargas, son en clave de joda y son más livianos, en un blog que resulta bastante pesado, reconozco. Pero el tanito no se lleva bien con Damián. O sea que tengo un problema yo (ya que hablábamos de proyecciones, me tendría que preguntar qué pasa en mi cabeza, que proyecto hacia mí lo contrario de mí, o sea yo: me estaré autodiscriminando?).
Claramente, como en los otros posts en que el protagonista es el tanito, me estoy haciendo el canchero –o sea, en cierto modo, el héroe-. Pero es peor que lo que señala Syla. No creo que seamos demasiado vagos para imitar al héroe. Al contrario: yo aprendí a reaccionar, dentro de lo que puedo, meditando sobre otros que reaccionaban, tanto como viendo y entendiendo a los que no podían reaccionar. No sólo, en mi experiencia, he sido interpelado por el anti héroe sino también por el héroe, para usar sus términos. De ahí, supongo, el hecho de que en este blog haya de las dos cosas. Un héroe que dice: mirame a mí, que la tengo clara –el tanito-, y otro que se pregunta cosas que no tiene claras, y, de manera sorprendente, es más leído, o comentado, que el otro.
Coincido en que el problema del héroe es que deshabilita la posibilidad de ser protagonista a quien lee porque le da servida la receta. Ahora bien, la Kolo pide que le ceda el blog al tanito. Es algo que vengo pensando hace tiempo, sabiendo que me autoescracharía, como dije en algún post viejo, y oh casualidad, no lo hice nunca. Llegó la hora. El tanito protagonizó (y hasta ahora no había contado) hechos como los siguientes.

1) Cuando un auto dobla y yo estoy cruzando la calle, me tiene que ceder el paso. Eso en Argentina nadie lo respeta. Por motivos que se me escapan, pongo mucha más energía en luchar contra esta situaciones que contra cosas que tengan más importancia, por ejemplo, política. Un día, el tanito salía del coto con las bolsas, y pasó por el acceso de autos. Venía una camionetita de reparto, con dos empleados. Yo sabía, o supuse, que no iba a frenar al cruzar la vereda. 'Tonces, apuré el paso y me le crucé. El chabón tuvo que frenar de golpe. Cuando paso, abre la ventanilla y dice.
Emp. – Qué hacés, boludo?
Tanito - El derecho de paso en una vereda es siempre del peatón.
Emp – Sí, pero vos te adelantaste y te me pusiste adelante.
Tanito – Lo hice para educarte.

Posta. Eso dije. No sé cómo el chabón no se bajó a cagarme a piñas. Me lo merecía. ¿Quién soy yo para educar solo –el héroe- a los tres o cuatro millones de automovilistas de Buenos Aires? ¿En qué alturas de soberbia me paré para decirle eso?

2) Cruzaba Rivadavia, llovía, y yo iba por la senda peatonal. Un auto que venía por Puán dobló sin frenar. Yo me le quedé parado y lo obligué a frenar. Me puteó, lo puteé, sigo caminando y en la siguiente esquina el tipo se me aparece. Había pegado toda la vuelta a la manzana para interpelarme. Me seguía puteando. Yo, en cambio, le expliqué mi derecho a cruzar. El flaco no tuvo más remedio que irse. Es distinto al caso anterior, y de hecho, pasó antes.

3) Cruzo una calle, en la esquina del Hospital Ramos Mejía, y un taxi hace lo mismo: dobla sin mirar si alguien cruza. Yo no hice a tiempo de ponerle el cuerpo, y entonces lisa y llanamente lo puteé, y le golpeé el auto con el puño. El tachero se bajó y me vino a buscar. Ooooootra vez:
Tanito - El derecho de paso lo tiene peatón.
Tachero - Sí, tenés razón y yo siempre me fijo, pero venía buscando una calle y no miré. ¿Eso te da derecho a tocarme el coche?
Me quedé callado. Tenía razón. Le pedí disculpas, y hasta nos dimos la mano.

4) El tanito venía caminando por la calle Humahuaca y a pocos pasos de un garage de un edificio de departamentos el portero me hace señas a mí de que me detenga para que salga un vehículo. Otra vez me adelanté, no le hice caso, y obligué al coche que salía a frenar. El conductor, furioso, se bajó del auto y me señaló la luz roja, perteneciente al edificio, como si fuera un servicio público que yo debiera respetar:
Propietario (gritando como un verdadero cabrón, que era) - ¿Para qué está eso, eh?
Tanito - Esa luz pertenece a un edificio privado, y la vereda en cambio es pública. La prioridad de paso es mía.
Portero (al cabrón)- Pero se vino de allá, se apuró y se cruzó.
Tanito - Es para que aprendan. Vos no tenés derecho a impedirme pasar a mí para que salga un vehículo.
Acá no hubo acuerdo ni aceptación ni nada. El cabrón me empujaba queriendo pelear. Resultaba ser un señor de 65 años, a quien, si yo le pegaba, lo partía. Repetí mis argumentos, y como tenía una cámara de fotos encima, y era prestada –por lo cual no se la podía partir por la cabeza- hice como que le sacaba una foto al edificio y a la chapa del auto.
Propietario cabrón - Ah, encima me amenazás?
Tanito - No. Defiendo mis derechos.
El cabrón se subió a su auto, yo me fui caminando y cuando pasó cerca de mí, ya seguro dentro de su vehículo-propiedad-privada me gritó "Botón".
O sea, según su lógica, si yo argumentaba y accionaba legalmente era un botón. Lo cual en Argentina es bastante coherente, salvo que la misma lógica lleva a la invasión privada de los espacios públicos (el Estado, de hecho, es lo más público que deberíamos tener, y está invadido por lo privado, en Argentina).
Pero no es lo mismo posicionarse así frente a un empleado de coto que frente a un burgués que se cree que la vereda de su edificio es de él.

Anécdotas como esta tengo unas 100 o 150. A veces, me limité a exponer mi posición, otras me porté yo como un cabrón y en muchas me sentí un héroe, sí. Pero en la mayoría de los casos, he tenido que correrme para que no me aplastaran, y me comí la bronca. De la bronca paso a la cólera negra. He armado un ritual de estas acciones, y hoy por hoy no lo puedo controlar. Sé reaccionar a veces, cometo muchos errores otras veces. Ese es mi camino, Syla. Y es cierto: en el blog, conté solamente aquellas anécdotas que me dejaban bien parado.
No me extraña que vos, Paula, votes por Syla: tu sentido de la acción política, mucho más claro que el mío, ha desarrollado tus antenas contra el héroe-macho argentino.
Y ya ves, Kolo, lo que pasa en realidad si cuento TODO lo que hace el tanito (y eso que no conté nada, casi). Muy distinto es lo que hace Damián en una situación como la de "Mi última cervecita". Ahí, hay impotencia, bronca, una actitud que puede ser positiva pero no heroica, y trato de contar qué me llevó a actuar como lo hice. Es más, ahí mismo el "personaje" oscila entre ser el tanito y ser Damián. No es casual.

Pero me pregunto y les pregunto si sólo vale contar cómo uno no soluciona nada, en situaciones que uno sabe que los otros comparten porque compartimos la misma impotencia. Hacer esto vale para lo más profundo, que es lo que dice Syla: que el otro se dé cuenta de que no necesita, es más, que no le sirve para nada, imitar las acciones ejemplares de un héroe o ponerse bajo su custodia, sino que lo que le sirve es ver el fracaso del otro para sentir que no está solo en su impotencia, y a partir de ahí encontrar una vía de acción realmente horizontal, colectiva, sin líderes.
Pero, de otro lado, supongamos que sucede lo del banco y no lo cuento. El efecto de esa acción se reduciría a ese ámbito del banco. Contado en un blog, se amplía. Hasta ahí, fenómeno. Pero yo lo conté haciéndome el canchero. Eso arruina todo o no?
Lo que importa acá, lo que quisiera saber, es si los que lo leyeron se sintieron como Syla, es decir, en "una irrevocable posición de pasividad donde el lugar que me queda es de admiración", o si lo tomaron como la acción de un igual que le cuenta a iguales al menos una situación en que pudo reaccionar, y leer eso les vino bien o no. Quisiera saber si los relatos del tanito los pone en espectadores cómodos que los libra de tener que hacerse responsables ante situaciones semejantes o, por el contrario, ven que se puede, cada tanto, actuar frente a una de las tantas situaciones de impotencia o injusticia que nos bancamos cotidianamente.
Tu argumentación es irrefutable, Syla, y muy sabia. Lo que quiero averiguar es si se aplica o no se aplica a ese post en este blog, suponiendo que supiéramos qué es esto último, o mejor, tratando de definirlo entre todos; y averiguar si cuando cuento esas cosas estoy haciendo un juego mío de ponerme en héroe o estoy compartiendo un problema, o si estoy mezclando las dos cosas. El blog entero, hasta ahora, leído de corrido, claramente mezcla las dos cosas. Y no habría problema. Pero cuando de asuntos públicos se trata, yo al menos, y aunque muy poca gente lea este blog, me preocupo e intento un balance. Y no puedo solo.

miércoles, 15 de abril de 2009

Callate y seguí quejándote o Pedite el Borrador de Quejas

Banco Nación, sucursal Belgrano, 11:00 a.m. Edificio histórico, de cuando Belgrano era un pueblo, enorme, con espacio pa todo el mundo. Ayer era el día anterior al cierre del pago a jubilados y pensionados. El tanito entra, re confiado en que no va a haber cola, y se encuentra con una multitud de 300 personas, haciendo tres diferentes colas que se enroscaban unas en otras. El tanito no tenía un buen día, 'ta claro, si no hubiera sido Damián y hubiera seguido leyendo pacientemente el diario, cosa que se propuso hacer y le duró un ratito nomás.
De reojo por encima del diario noto que en ese benemérito edificio hay, en la planta baja, muchísimo más espacio destinado a los empleados y sus sillas que para los que tienen que hacer la cola del otro lado de un gran mostrador. La vena se me hincha, de a poquito pero sin pausa. Mascullaba formas de acercarme al mostrador; sólo violentas acciones terroristas se agolpaban en mi imaginación quijotesca. Al rato, veo a una señora que en el mostrador escribía en un gran libraco de esos pesados, que ya no se usan en ningún lado que no sea una oficina pública. Cuando termina, dice en voz bastante alta: "si alguien más quiere poner algo, acabo de pedir en el Libro de Quejas que pongan números y sillas".
Elemental, tanito: la racionalidad es una facultad femenina, aunque la cultura occidental diga lo contrario. Le pido a la muy mayor señora que atrás de mí cola hacía pacientísimamente que me guarde el lugar, que voy intervenir. Me acerco, le pido el Libro a esta señora y leo.
Tanito: Está bien, pero con dos firmas no alcanza. Vamos a recorrer las filas.
Señora (stupefakta): Si usted se anima, mejor.
O sea, primero se corrió, pero en seguida se me unió porque levanté la voz, al lado de ella, supongo.
Tanito (ridículamente parado en medio de un edificio que mete miedo por sus dimensiones fascistas y sosteniendo un libro que podría haber sido de mi abuelo): ¡Por favor, estamos juntando firmas para pedir números y sillas para las personas más mayores, a ver si ordenamos esto que es un caos!
Varias manos se levantaron en seguida pidiendo el libro. Vamos hacia esas personas, y la empleada del banco no tiene mejor idea que sacar el Reglamento de la Corrupción (por que la corrupción también tiene reglas muy bien aceitadas, de ahí su durabilidad y eficacia): El Libro de Quejas no puede ser alejado del mostrador.
La vena del tanito tuvo un infarto metafísico.
Tanito (gritando y tartamudeando): Si vos no me dejás recorrer todas las filas con el libro, traés inmediatamente todas esas sillas vacías que tenés ahí atrás al pedo y hacés sentar a la gente más grande.
No esperé respuesta, total era uno de esos días en que uno quiere que pasen cosas, con tal de que pase algo, y empecé a recorrer las filas, de atrás para adelante (pensé: los que más embolados están por lo que tienen que esperar son los que más van a firmar). A cada grupo que me acercaba, volvía a hacer el pedido, cada vez con voz más alta.
Entretanto, de reojo había visto que la empleada se había rajado para adentro y había vuelto. Ahora, la "mesa de enlace" estaba constituida por la gerenta, dos empleadas y un cana ya al lado del mostrador, de lado de afuera, o sea, de nuestro lado. Otro cana me daba vueltas. A la gente que iba firmando les decía: "¿ustedes piensan que me van a meter en cana por alejar un libro de un mostrador?" La señora que inició la movida con su nota cada tanto también levantaba la voz y hacía el pedido.
Cuestión que recorrimos todo el banco. Nadie me sacó el libro de quejas, lo cual el tanito lamentó y Damián agradeció, y juntamos, créanme: unas ochenta o noventa firmas, NADA MÁS. Insisto: ¡había trescientas personas!
Quiénes firmaron en mayor número: 1) las mujeres; 2) la gente mayor, y otra vez, más las mujeres que los varones. Saquen sus conclusiones. Lo peor era la gente que miraba pra frente y hacía como si no le estuvieras dirigiendo la palabra (en su totalidad, gente de menos de cuarenta).
Cuando volvimos al mostrador con el libro, la empleada ahora parecía estar abiertamente de nuestro lado.
Empleada (con el cana pegado al lado): Gracias.
Tanito (con graaaan cintura política (?)): Perdoná que te haya levantando, maaal, la voz hace un rato.
Emp.: No, está bien lo que hiciste porque (escuchen esto, por favor) si no, la gente se hubiera agolpado en el mostrador (sic).
O sea que así como sacó a relucir el "reglamento" para impedir quién sabe qué, en cuanto se dio cuenta de que no le convenía, lo guardó en el cajón. Pero aparte, es hipócrita: porque era obvio que si no recorríamos las filas, nadie iba a dejar su lugar en la cola (sagrado lugar argentino) para ir a firmar en un Libro de Quejas, que es más o menos como el tacho de basura simbólica de la burocracia.
Yo, que de paso aprovechaba todo esto para no tener que leer el puto clarín y estar parado al pedo -reconozcámoslo- seguí hablando un rato largo ante la mesa de enlace, y me dirigía al cana también, a propósito: "esto es cuestión de usar media neurona, che: allá tenés espacio de sobra y acá no tenés nada. Corrés este mostrador para atrás, y te caben cien sillas. Aparte, si se te descompone una anciana en la fila adentro del banco, decíme, ¿qué hacés? Mi madre iba a venir y yo le dije que no. Ella no hubiera aguantado parada dos horas de cola, y se hubiera ido sin cobrar, bla, bla, bla.
Emp: No, sí, no, yo me desespero por eso todo los días, no sabemos qué hacer. Les decimos (a quiénes?) y no nos hacen caso. Esto que hicieron a lo mejor sirve para que se den cuenta.
Al lado, la gerenta firmaba al pie de las dos páginas de firmas de la gente. Parece que, además, según me dijo alguien en el otro extremo del banco, si el gerente no firma el libro, las quejas no tienen validez. O sea que no es un Libro de Quejas: es un Borrador de Tímidas Protestas Sujeto a Verificación por parte de los Destinatarios de las Protestas.
Observaciones finales: a este banco acaban de pintarlo todo; quedó joya, da gusto, che. Es un banco de Belgrano, claaaaro. Hicieron un espectacular y carísmo receptáculo de blindex para el uso de los cajeros automáticos. ¿Y no tienen plata ni idea para comprar un royito de números y unas sillas de plástico?
Federico Luppi decía: Lo mejor, siempre, es armar quilombo.
La cuestión, ahora, sería volver a ver si arreglaron el problema o no, y seguirla. Ahí es donde fallamos siempre. Yo no sé si me va a dar para volver y decir: si no lo solucionan, seguimos por vía judicial, o cualquier pelotudez por el estilo.

miércoles, 8 de abril de 2009

I me mine

La verdad, desde que cambié, con la ayuda de la Kolo, el diseño y sobre todo desde que entro y veo la foto y el cartel rutero: Fin zona urbanizada, yo mismo me pregunto: y ahora, ¿de qué se trata este blog? Como si ahora tuviera que responder a la pregunta: ¿qué hay ahí, si uno avanza y pasa del otro lado del cartel?
Una de las cosas que sugiere el fin de la zona urbana es que todo lo que damos por naturalizado en nuestra cultura urbana empieza a tambalear.
Una cuestión que siempre estuvo ahí, agazapada más allá de la zona urbanizada -pero claro, sólo preocupante desde adentro de la zona urbana, o sea desde acá- es si yo soy yo, si vos sos vos, etc.
La cultura occidental, por lo menos, nos ha metido y remetido la creencia en que existimos como individualidades. La invencible prueba del cogito cartesiano sigue ahí, apuntalando siempre la certeza de que el yo existe. Y para colmo, el lenguaje, con sus pronombres, no ayuda a pensar de otra manera, por lo cual este post no debería, y seguramente no va a poder, ser escrito.
Pero hay fenómenos alarmantes a veces, fascinantes otras y aterradores otras. Fenómenos que están ahí, como yendo hacia esos arbolitos oscuros que se ven más allá de la zona urbanizada:
a. Uno de ellos es cuando nos vamos dando cuenta de que en el otro está uno, y uno en el otro. Esto no es un simple desaparecer de uno en el otro y viceversa. Es, por ejemplo, haber estado viendo a alguien, durante años quizás, como siendo de tal manera y descubrir que ese perfil del otro no era sino la proyección de los fantasmas de "uno", o/y que uno ha sido visto por el otro como la proyección de los fantasmas del otro. Por esto digo que el lenguaje no ayuda: ¿qué uno?, ¿qué otro? ¿Y qué hago con la 1ª persona del singular que estoy usando? Nada puedo hacer; sigamos igual, a lo mejor, de la contradicción sale la luz. Esa situación de proyección no es tan simple; es doble, y ahí es donde uno/otro se enredan. Porque si yo vi al otro como una proyección de mí, me vi a mí en realidad, y actué con el otro como si fuera un cacho de yo; con lo cual, lo anulé como un otro. Pero si el otro hizo lo mismo, me anuló a mí, y bien merecido me lo tenía, claro. El asunto es que el ser yo queda ¿dónde? Porque en las relaciones de todo tipo eso pasa constantemente, y no hace falta estar psicóticos para que pase. Se va dando, nomás; y la expresión yo soy pierde peso.
b. cuando la conducta de eso que uno cree que es su yo se revela, de pronto, fugazmente, como la de un extraño, porque uno tiene otra idea de sí mismo.
-y al revés, c. cuando uno vislumbra que la idea que tiene de sí mismo no es más que eso: una idea, una construcción que uno hizo, un relato, y por lo tanto, que ese yo que yo soy sin relato sería ininteligible. No soy yo.
d. pero yo soy, se dirá. Existo, y de eso no hay dudas. ¿No las hay? Yo, que siempre me creí un existencialista puro y duro, hoy me pregunto: ¿no será la existencia, la que existe? ¿Con qué derecho adjudico a mi persona el existir? ¿Con qué derecho recorto la existencia en un cacho para cada uno?
e. peor todavía: cuando formamos parte de un colectivo, fugaz o no, de dos o de más de dos, en el cual el resultado jamás se habría alcanzado sin ese agrupamiento. Aquí podría preguntarse legítimamente: ¿no será el agrupamiento anterior conceptualmente a los supuestos yoes que se sumaron para que existiera, y por lo tanto no hay tal suma?

Freud definía lo siniestro como la puesta en el otro de lo más oculto de uno mismo, aquello de uno mismo que uno ha negado. Al hacer eso, el otro se vuelve un doble. Toda la literatura gótica ha jugado con esta idea, como central. El monstruo creado por Frankenstein es el doble de él mismo, al punto de que terminan los dos persiguiéndose mutuamente, sin alcanzarse, solos en el Polo Norte. Y Hyde es el doble del Dr. Jekyll, y ocupan el mismo cuerpo, etc.
Y cuando miramos a otro y lo condenamos por diferente, o sea, cuando practicamos cualquier forma de discriminación, todo lo que hacemos es tirar la basura afuera, o sea, usar al otro como depósito donde poner lejos, afuera, todo lo está dentro de uno y que uno no quiere ver. O sea que, como se sabe, cada vez que rechazamos lo diferente por diferente, nos negamos a nosotros mismos. Creemos estar afirmándonos en una identidad superior, y todo lo que hacemos es autorrechazarnos, cortarnos en dos ficticiamente.

Ahora bien, ¿realmente hay necesidad de que exista un yo atómico, separado, aislado de los demás y autosuficiente? O peor aun -porque es evidente que muchos deseamos, sobre todo los que nos parapetamos tras un blog, que esto sea posible-: ¿es posible? ¿O el yo es el resultado exterior, la apariencia, de un ser seres humanos que existen, y mi soledad, tan querida, no es sino un fantasma del mundo? ¿Alguien puede decir que sería lo que es si no hubiera conocido nunca a nadie desde que nació hasta el presente?
Claro, tampoco está buena la idea de una disolución de todos en todos. Y también parece impracticable, aunque suene atractiva o aterradoramente promiscua. Pero entonces, ¿dónde estamos? Yo no sé. Pero hoy sé que no estoy solo, aunque la noche avance desde la zona oscura borrando las diferencias y envolviéndome en una fácil y uterina sensación de acá, solito, estoy tranquilo.
Digo yo, no sé.