El otro cuenta con la infinita paciencia de quien no ve otra cosa que su propia demanda, formal e informal, y no reconoce otra cosa que su propia propiedad privada de primera persona del reputísimo singular: yo. Golpeó el otro hasta que le abrí (yo). Se apoyó en el marco de la puerta (mía) secándose el sudor suyo y sonriendo(se-me) como quien (se) merece la mejor cerveza fría che, cómo que no, claro, y dijo: tenés diez pesos. No. Bueno, no importa, querido, dame setecientos y te perdono todo. Todo qué. Todos los años y las horas, Virginia, el viaje afuera que nunca, el hijo desconocido, la perra y el pasillo de aquel hospital. Todos estos años derramando la poca vida que (me) queda en las rajaduras esas del pasado (nuestro): todo en el umbral.
El otro no va a forzar nada, claro, para qué: para eso estoy (yo), que me demoré acá, y ahora es demasiado tarde; (yo) que no supe hacer otra cosa diseñar(me) un plan de espera de: su demanda. Pero la forma de su demanda. El vacío a baldazos de su demanda.
El rey bobo se ríe. Ta por tener un berrinche. Che. En el umbral. Pobre. Voy a morir (yo), un poco más, a ver si lo salvo (a él): todos estos años. Llevaron, de afuera y de adentro, a este umbral singular, obsceno de tan singular e insignificante, che, cómo que no: te perdono, ésta.
La gente pasa por la vereda.
Che.