domingo, 25 de enero de 2009

La espera

Hace muchos linkones (unidad de tiempo virtual, cuyo submúltiplo mínimo sería el clikón: queda sometido a debate, desde ya) una bloguera archiconocida y reconocida por todos tenía un blog llamado "usadas de cerca [reloaded]", hoy cerrado por tiempo indeterminado, para pesar de quienes gustábamos de leerlo. En ese antiguo blog, una vez Cecil posteó una breve reflexión sobre la espera, cuyo carácter hizo que a mí se me dispararan otras ideas sobre la condición de espera, que no tenían mucho que ver con lo que ella sugería, pero las conservé porque escribo toooodo en guord antes. En realidad, este era el borrador. No recuerdo si lo que puse en aquel comentario era esto, y además, como puede preverse, lo revisé todo de punta a punta.
La idea sigue siendo agarrar un concepto y desplegarlo a ver qué pasa.

La espera es cierto modo de respirar. Una respiración penosa. Se entrevé todo el tiempo algo ahí, justito adelante: una pre-figura inidentificable en la niebla del futuro, que no es sino ahí-nomás-cada-vez, durante cada espera. Pero como la prefiguración no se resuelve nunca en figura, no se actualiza, vuelve la espera, vuelve la niebla. Vuelve la dificultad, y se respira gota a gota. Y como no hay muchas direcciones alternativas a mano, uno agarra y, en lugar de seguir fijando la vista en ese momento inmediatamente-por-venir-que-no-viene-carajo, uno apunta, prudentemente, para el otro lado: se pone a recordar.
Un recuerdo es un objeto manipulable. Ya fue: lo tengo ahí, hago lo que quiero, lo doy vuelta, lo acomodo, lo atesoro, lo descarto. Pero no cualquier recuerdo: si el recuerdo es, justamente, el de haber esperado infructuosamente y haber obtenido a cambio otra espera más, entonces desde el pasado mismo vuelve el boomerang y ataca. O peor: supongamos –es un simple suponer- que el pasado guarda escondido un sufrimiento insoportable, inmemorial, que sabiamente hemos cajoneado bajo múltiples llaves maestras. Ya sabemos que en la espera anida, no sólo el futuro, sino el pasado. Y ahora, supongamos que ciertos datos equívocos, fragmentarios, leves, probablemente casuales de la pre-figura esperada invocan, conjuran ese antiguo sufrimiento y rompen las cerraduras del cajón: es ahí que la espera se vuelve agonía.
Se sigue deseando que la pre-figura se figure de una vez, disipe la niebla; pero ahora el cajón está abierto, se proyecta a lo por venir y amochila irreparablemente la pre-figura que, atenazada entonces, es objeto de deseo y objeto de aversión. Es inminente y póstuma. Es ayer dentro de un ratito. Es ahora para siempre, en una constante inasibilidad putamente presente. Es des-esperación, o sea, revolución en el orden de los tiempos: pasado futuro, futuro pasado, presente impresentable, deambulación insomne. Se vuelve no cuando respirábamos fuerte ya a punto de decir sí. Se vuelve sí, cuando ya el aire se cajoneó. Es no sé, sobre todo, porque no sé es una sabia destreza de la mente para gambetear la espera; y eso que, bien pensado, no saber es en realidad la esencia de la espera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El pasaje de la espera, como la prefiguración que no se resuelve nunca en figura, no se actualiza, y vuelve la espera, al recuerdo, me resulta insondable. Es como si faltara algo más que un cambio de dirección de la mirada desde el futro al pasado, en un salto instantáneo. ¿Qué vuelve a la espera un recuerdo? ¿Sólo un cambio de sentido en la misma dirección? ¿Cómo se resuelve la espera? Una espera devenida en recuerdo sigue siendo una espera, recordada, anhelada, inmanejable. El recuerdo, la memoria, el olvido, también son inmanejables.
La destreza de la mente no es gambetear la espera, sino varearla en múltiples tiempos mentales, como si eso pudiera mitigar su dolor. Una espera no resuelta, siempre duele. Y sigue siendo espera, a futuro, aún en el pasado. Hay un triple presente, ¿en el recuerdo? ¿en la espera? ¿en el recuerdo de la espera?, que no se agota.
Si la esencia de la espera es no saber, el saber la devela. Y ese es otro tipo de recuerdo. Y también duele.

damian dijo...

Rachel: Me hacés leer de vuelta lo que escribí, como siempre. Evidentemente, no hay una linealidad, así de simple, que vaya de futuro a pasado y viceversa. La idea de la que partí es la noción de tiempo de Husserl, para quien la espera sólo es posible cuando ya hay retenciones, es decir, puntos fijados en el pasado, recuerdos. El bicho humano, digamos, es el único que puede concebir la idea de futuro precisamente porque la memoria le da elementos para proyectar-se. Uno fantasea lo que puede llegar a pasar sólo cuando ya tiene una experiencia de lo que pasó. Y ahí está la trampa que quise describir, y no afirmar que hay un movimiento lineal. Durante esa particular angustia que se vive cuando la espera sigue, y no se resuelve, uno acude a aquello que le da densidad al presente: intencionalidad de pasado e intencionalidad de futuro. La espera está hecha de tres presentes, como bien recordás: presente del pasado, presente del presente y presente del futuro. Y, como bien decís, la verdadera astucia está en multiplicar los tiempos para "marear" el neto presente de la espera. Pero el carácter fijo del recuerdo está en que es determinado, mientras que el futuro, por definición, es indeterminado. De ahí la angustia, y de ahí la mirada atrás: ante la indecisión del futuro, que no llega, uno le pregunta al pasado: Pero, che, ¿no era que podía "esperar" que ocurriera tal cosa, dado que ya pasó al menos una vez? Imaginemos que yo espero una llamada de alguien que conozco, y los minutos pasan. Empiezo a pensar, sí, en simultáneo: qué le habrá pasado, qué se cree que soy, cómo es que no se acuerda, seguro que no va a llamar, seguro que yo estoy nervioso, es una mala persona, es la peor, me equivoqué de hora, en realidad no dijo que iba a llamar, o no fuimos claros, esto es un juego, es la vida, etc., etc., y las respuestas se acumulan y se autoeliminan una a otra mientras pasan los instantes de la espera. Todas esas respuestas, que puse en juego para soportar la espera, me las provee la experiencia de lo pasado; y yo acudo al pasado sin astucia, en realidad: uno no es astuto cuando espera.
Y sí, claro que los recuerdos son también inmanejables; pero están ahí, así los vivimos, como estando ahí a la mano, mientras lo futuro… no. Dicho de otro modo: todo es inmanejable, pero el pasado aparenta ser manejable, mientras que el futuro nos enrostra nuestra incapacidad para manejar nada. En ese caos silente se mueve la espera, me parece.

Lucila Flores dijo...

La espera, siempre atemporal para mí, dibuja el camino de las ansias que inquietan los nervios, porque no sé contener la tormenta de minutos que ahogan el reloj. La espera se diluye entre preguntas y espasmos vertiginosos. Ahora, tiene que ser... pero no llega, nunca llega el momento de precisión donde saciar la ansiedad de la espera. Infinitud. La espera alarga la sensación del tiempo y perdemos sus pisadas, pero sigue corriendo en el eje imperfecto del pulso del universo, su inmensidad.
Esperar… ¿qué? ¿cuál cosa? Llegar. Llegar al instante donde el tiempo pierde su esencia y dejamos de comprender el sentido de la espera.

Saludos!

Lu

el_iluso_careta dijo...

"El pasaje de la espera, como la prefiguración que no se resuelve nunca en figura, no se actualiza,"

coincido con raquel