viernes, 3 de diciembre de 2010

Long Play

Arrastrado insomne por el mínimo impulso-click, lo único que este océano digital requiere, me encontré en YouTube con esto: http://www.youtube.com/watch?v=S0YTz3TFRVc

Más allá de lo espantosamente editado que está el video, acabo de ver-escuchar por cuarta vez, creo, sólo la primera parte, donde Lucrecia Martel dice:

…y el mundo es un lugar bastante solitario, a priori. Uno nace y se va a morir, todos sabemos, solo. Y [en] ese camino, uno es una especie de ente receptor de un montón de cosas que suceden. Desear transmitirlas es, casi, el por qué existimos […] Para mí, la existencia es poder comunicar eso. En mi caso, una herramienta es el cine. Todos usamos un montón de herramientas: comunicarnos, conversar, sexo, todo lo que nos permite entrar en contacto con otros, es una forma de salir de la soledad del cuerpo, que es un lugar de condena.

Y, otra vez, quien editó corta. ¿Qué habrá dicho inmediatamente después? Encima, lo dice casi en un susurro: formas de salir de la soledad del cuerpo, que es un lugar de condena. Me tengo que quedar con esto, y pensarlo. Claro, lo pienso ya en soledad, por escrito, en un blog, y forzosamente sin presente, o sea, yo estoy escribiendo en presente, pero lo hago pensando en el futuro de la lectura de este texto, y cuando lea alguna respuesta, si aparece, será sabiendo que el "contacto" ya tuvo lugar, ya es pasado, ya no es. Entonces la angustia que da esa idea de Martel se agudiza. ¿Son formas de salir o de intentar salir? ¿Se entra realmente en contacto con los otros? No se sabe. En el momento, uno cree que sí, seguro. Las dudas tienen lugar cuando inevitablemente se vuelve al punto cero del cuerpo propio y esa soledad de uno con uno mismo vuelve a ser la única evidencia, y de aquel contacto queda sólo memoria. Y la memoria no es cuerpo. Entonces, uno podría decir (o creer, casi como religiosamente) que, si hay cesación momentánea de la soledad absoluta, es sólo en tiempo presente. Y tampoco esto puede afirmarse como cierto.
Hay una idea muy linda de Husserl acerca del tiempo. Él dice que el tiempo está compuesto de ahoras sucesivos. Y, casi podríamos decir, sólo de eso. Pero esos ahoras no son puntos en la "recta" del tiempo, que es la idea comúnmente aceptada. Para Husserl, toda conciencia es conciencia de algo. La conciencia, dice él, es intencional, pero no en el sentido de que tenga "buenas o malas intenciones", sino que en el sentido de que tiende hacia su objeto inevitablemente. En criollo, no hay posibilidad alguna de pensar si no se piensa en algo. Como todo gran planteo filosófico, es en el fondo una gigantesca obviedad, pero por tal, no vista, no tenida en cuenta. Si pienso, pienso en algo. Así, el algo (que es nada más ni nada menos que el mundo, el otro, lo otro, las cosas, y también los momentos del tiempo) existe con la misma evidencia con que existe mi pensamiento para mí. Una idea y una cosa, un sujeto y un objeto, la conciencia y el mundo, dice él, son como dos caras de la misma moneda, o, digo yo, del mismo Long Play.
Y la conciencia es temporal. Esto quiere decir que fluye, no que es calculable desde el punto de vista de la física. Husserl no está argumentando contra la ciencia, sino tratando de captar cómo pensamos, independientemente de toda hipótesis científica, que involucra otro tipo de especulaciones. Y que la conciencia fluya implica que está compuesta -acá Husserl empieza a inventar palabras y giros para poder explicarse llanamente, sin conseguirlo para nada- de ahoras. De ahoras sucesivos. Cada ahora intenciona, es decir, lleva en sí la conciencia del ahora inmediato anterior y del ahora inmediato subsiguiente. El presente, entonces, no es un punto en una recta, sino que es denso porque está compuesto del ahora ahora, del ahora recién sido y del ahora por venir.
Mi Long-Play husserliano-marteliano (si se me permite), sonaría más o menos así:

Lado A, Tema 1:
Un cuerpo solo (solo, digo, como adjetivo, no como adverbio) es un cuerpo en el que un implosivo deseo circula sin reflexión (o sea, sin reflejarse en otros, sin tirarse sobre lo otro que es.) Tengo la soledad del cuerpo. La sufro en el cuerpo… Dónde: donde late el tiempo, en el centro del pecho. Pero toda esa soledad del cuerpo arrastra días, meses, años, reiteraciones, teléfonos mudos y ventanas ciegas. Largas condenas cruzadas y complejas: condena por la situación en sí misma; condena de los otros, desdibujados como tales en la soledad, pero omnipresentes en el gesto de condenar mi cuerpo solo: condena mía, desde la soledad de mi cuerpo, hacia los otros; condena ya abstracta, como clausura; condena efectiva, como prisión; condena como culpa.
Semejante prontuario acumulativo presiona sobre el cuerpo mismo y, entonces, precipita. En un momento dado, la soledad-del-cuerpo cristaliza en acabado cuerpo-de-la-soledad. Es ahí cuando el cuerpo se hace, es, todo él, síntoma.
Un síntoma es un grito de socorro. Es una voz que no sabe ya cómo hacer para hacerse entender. Y es el cuerpo el que habla, pero como ya está desbordado de sí, condenado, no puede sino verse a sí mismo como amenaza: él es el síntoma de él. El cuerpo sospecha, alienado por la soledad, de sí mismo.

Lado A, Tema 2:
El presente husserliano dice presente. Hilando como puedo un ahora recién sido, un ahora ahora y un ahora por venir, cuento una historia, esto es, grito. Y, desde el inagotable presente, brota un otro. Pongamos que hay contacto, hay conversación, hay un otro y hay un uno en desesperada sintomatología amistosa, amorosa, belicosa, viajera. Hay encuentro, pongamos, sí, pero bien ahí: en el presente. Ese presente que sigue siendo lo ahora recién sido y lo ahora por venir y lo ahora-ahora, lo ahora justo ahora. Entonces, no dura, o mejor dicho, la duración del contacto, la de la comunicación o la del encuentro sexual son ahora. Un ahora denso, pero sólo un ahora. Y otro ahora, por favor, y otra historia, contame… pero el pasado empuja para atrás y el futuro amenaza memoria.

Lado B, Tema 1:
Cuando el cuerpo-de-la-soledad agota a su vez todas sus configuraciones de ahoras; cuando ya no hay sino dispersos (dispersados) cuerpos de las soledades, cuando las historias se deshilachan en fotitos, lo que era contacto se vuelve, ahora, sólo espejo vacío: lo que resta del otro-ahora es mero contacto, mera charla, mero sexo, mero mero, y veo yo en el resto del otro lo que resta de mí, esto es, ser yo mismo nada más que el reflejo del otro, que huye (((el reflejo ((y el otro (y yo))), arrastrados por el tiempo. Y emerge, claro, ella, la vieja soledad del cuerpo, que conoce todos los trucos, para reiniciar nuestro largo juego de ahoras-solos.

Lado B, Tema 2:
El síntoma se hace cuerpo: se hunde en los rincones oscuros del cuerpo y espera su momento calladito. Acovachado, el cuerpo solitario vuelve a ser aquel intenso habitante de su casa, el enamorado de sus cosas, de sus objetos vivificados. El mundo exterior exhibía impúdicamente la evidencia de su soledad. El mundo interior, la casa, clausura esa evidencia. Y lo puede hacer gracias a que los objetos guían un recorrido conocido: el del deseo del cuerpo introyectado, al fin, en una reflexión pobre pero consoladora. Pobre, pero acumulativa.
Y vuelta al Lado A, como en las concéntricas ciénagas de La ciénaga.

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