¿Todo cierra, dije? Yo soy el que me encerré de vuelta en la cómoda distancia de la interpretación. Lo que cierra, sí, es el juego de referencias interno a La Ciénaga, no sus interpretaciones. Y, aunque parezca contradictorio, ese juego cierra porque es abierto; porque no cierra; porque no está pensado desde afuera, desde una idea de qué tendría que ser el cine, etc. El juego de referencias es eso: un juego. Una erótica.
Pongamos, otra vez, las relaciones de género y las de clase. Como no se trata de ningún panfleto, es inútil buscar nítidas víctimas y victimarios. Lo que más pone nervioso de La Ciénaga es la permanente puesta en el otro de lo peor de uno. Esto es lo que guía las relaciones de género y de clase: cada uno va quedando en el lugar de aquellos que execra, y los execrados van protagonizando lo que les hubiera sido ajeno si no formaran parte de la mezcla cenagosa. Mecha, mientras execra a sus sirvientas collas por no saber pasar una llamada de un teléfono a otro, es ella misma la que no sabe cómo hacerlo, y le urge comunicar (entregar) en seguida su hijo a Mercedes. Momi agradece a Dios por haberle dado a Isabel, la ama, pero eso no le impide jugar las reglas de la sujeción de clase cada vez que Isa intenta una salida, en todo el sentido de la expresión: chinita carnavalera, etc.
Y el incesto es ciénaga también: es no salir, no hacer mundo. Pero es ciénaga porque no es estancamiento total: es generar y encontrar circulación del deseo en el lugar de origen del deseo, y al mismo tiempo clausurar esa circulación. José no quiere volver a Buenos Aires, aunque allá tiene otra mamá, que hasta se llama igual, porque necesita ser chupado por la ciénaga. En la ciénaga es libre: juega, seduce y es seducido por sus hermanas, les roba bombachas, y duerme con su madre. En Buenos Aires es un prostituto, una mercancía: es pimiento.
En cambio Isabel busca hacia afuera, y termina saliendo completamente, aunque con dolor, de la ciénaga. Por eso, cuando Momi la ve irse (y antes también, cuando la ve encontrarse con el Perro) es desde atrás de una reja y de un cristal: sin Isa, ella queda clausurada. Y por eso, lo último que le dice Isabel, lo último que hace por Momi, es decirle: bañate, que el agua de esa pileta está podrida, vale decir, sacate la ciénaga de encima aunque sea por un rato. Y así la deja. Pero ella tampoco llega a su Bolivia. A lo mejor se salva de esa ciénaga, de esa particular maquinaria de relaciones sociales opresivas de esa casa, pero igual seguirá siendo parte -las ciénagas son concéntricas-, por lo menos, de la maquinaria de opresión de género. El último escalón parece no estar roto para Isa. Pero el Perro de todos modos la espera del otro lado. Un perro quizás domesticable. Un perro vivible, dolientemente vivible, porque es Otro Perro, un otro con el que se puede confrontar, precisamente por eso: porque es un otro. El perro de Luciano en cambio es mortal, porque es él mismo. Luciano cierra el círculo sobre sí, es absorbido por su reflejo monstruoso, y cae.
Ahora bien, las hijas de Tali estaban pidiendo una pileta (ciénaga), que podría haberse construido justo en ese patio, justo donde Tali apenas pudo colocar una mesita fatal con florcitas de futuro funeral… ¿cómo? ¿Puedo yo pensar que, si Rafael hubiera actuado a tiempo -esto es, reproduciendo la estructura de la ciénaga punto por punto- Luciano quizás hubiera caído sólo en un charco de podredumbre, pero hubiera vivido? ¿Puedo pensar que si hubiera habido un cierre perfecto en la historia, o sea, si las ciénagas concéntricas hubieran sido omnipresentes, Luciano hubiera tenido coartada contra su propia anomalía? Sí, lo puedo pensar porque lo estoy pensando. Si algo me deja hacer La Ciénaga es jugar con ella. Es un juego lúgubre, sórdido, violento de violencia contenida, pero no es ningún "fresco costumbrista" que me deje diciendo boludeces, como "qué interesante" o "qué bien contada la vida de provincias". Un carajo: yo, que soy un porteño irremediable, me vi en La Ciénaga; me hundí en la ciénaga.
De paso, la muerte violenta de Luciano interrumpe, rompe momentáneamente el circuito de amor entre José y Verónica, que no pueden comunicarse porque ya están demasiado comunicados: les da ocupado porque están llamándose al mismo tiempo. Pero ese abrazo a sí misma de Verónica mientras no logra que José aparezca del otro lado del teléfono es más de lo mismo: cortado el circuito del sexo fraterno, detenidas por un rato las aguas de la ciénaga gracias al sacrificio, ella se absorbe en sí misma, se anula en un abrazo a sí misma. Claro, no todos tienen un perro-rata que liquide la historia. Seguirá Verónica seguramente chapaleando en la ciénaga toda su vida, ella sí con coartada.
Como esto no es (o no quiere ser, o no hubiera querido ser) interpretación, agarro y juego a comparar La Ciénaga con Solaris (la novela, no las películas homónimas). En la novela de Lem, el Océano, informe y multiforme, puede ser todo y no es nada de manera fija; y actúa sobre las personas como la ciénaga. Da lo que no existe, lo que no es posible, el cumplimiento de todo deseo, a cambio de la entrega completa, de la esclavitud, de la servidumbre absoluta: si querés quedarte y gozar incestuosamente con vos mismo reduplicado en los otros, el precio es simplemente tu absoluta quietud, tu pasividad y entrega, tu dejarte. Dejarte invadir, ahogar, violar, abusar, manchar, toquetear, envenenar, circular, tirarte a la pileta y no emerger nunca más (Momi después de robarle una zapatilla porteña a su hermano). El precio es no volver: no volver a salir, no volver a intentar nada, no circular sino entre los límites del juego (que nunca deja de ser erótico) de referencias internas. El precio a pagar por la eterna circulación viscosa en la ciénaga es la cerrazón absoluta hasta la podredumbre (segunda y última toma del buey muerto).
En Solaris, los habitantes de la estación pagan, para seguir recibiendo la materialización de sus más negados deseos, con su presencia ad eternum en la estación. Nunca más.La ciénaga es como un Océano parcial, acotado, podrido, empobrecido, y sostenido desde afuera en violenta tensión.
Quizás la más clara expresión de esta violencia la que hay entre jóvenes y viejos; jóvenes algunos (¿todos?) ya viejamente encenagados, pero incapaces de evitar revitalizar el círculo vicioso de la ciénaga con su joven potencia sexual -sexo contaminado de géneros, de opresión de clase, de magia inútil; sexo de vírgenes que no se ven y que (por eso) se adoran; vírgenes prostituidas, pero también jóvenes mancebos entregados en cuerpo y sexo para el mantenimiento del circuito cenagoso.
La Toma 1 de La Ciénaga, usualmente desapercibida, no es la famosa de las sillas arrastrándose y todos acudiendo al llamado del vino. La Toma 1 son esos eróticos, pornográficos por su multitud, pimientos maduros, listos para la venta, y al sol. La última toma da la cerrazón de montañas invencibles, custodias obscenas de la ciénaga. La Toma 1 apunta a Buenos Aires. La última, a Bolivia. Ningún camino es transitable.
Y un momento antes, está Verónica, echada al sol, sola al lado de la pileta-ciénaga. Llega Momi, muy despacio, se desviste, se queda en malla, arrastra la silla al lado de su hermana, y ambas toman la posta; reproduciendo el ritual inicial alrededor de la ciénaga urbanizada, Momi me dice: No vi nada.
3 comentarios:
Excelente interpretación de una maravillosa película.
Te felicito y te beso
Gracias, Cleo! Debés haber sido la única que se bancó leer toda esta parrafada (y eso que acorté a lo bestia lo que tenía escrito).
Y yo te sigo leyendo, no te creas, sólo que a veces callo, y otras me dejás sin palabras.
¿Parrafada Damián? Nunca leí una mirada tan magnífica sobre La Ciénaga, película que me impresionó enormemente y creo que me marcó a fuego.
A propósito de films...otro -de los tantos- que me convulsionó, fue "La mujer sin cabeza" porque todo transcurre sin dramatismo ante la muerte de ese chico. Y es así. Y sucede así.
Y seguime, ¡pero comentá! lo que sea (acepto críticas, sugerencias...todo, no deja de ser una manera de que se manifiesten los mimos ¿no?)
Te beso
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