sábado, 11 de diciembre de 2010

Parte II - Vueltas de la ciénaga

Está, por supuesto, la ciénaga literal, la ciénaga-ciénaga, en la que un buey lucha por zafarse, y cuanto más lucha más se hunde. Y está la pileta que, en su abandono, es una ciénaga urbanizada, digamos, una ciénaga de propiedad privada -propiedad y ciénaga en la que todos se hunden huyendo de su propio sudor -también cenagoso-. Porque además, y primero que nada para mí que, a pesar de Martel, no sólo estoy oyendo sino mirando, están los cuerpos que sudan cenagosamente, está el alcohol que es ciénaga púrpura y que circula como un ansia bloqueada, pero circula. Y llueve. Encima llueve.
Y están, claro, las montañas: pero son encierro, límites infranqueables de la ciénaga, y no avisos de lejanías salvadoras.
Pero -aguas que hablan, aguas que cuentan- la ciénaga todavía literal es barro: agua y tierra. De la tierra, desde abajo y por abajo, sosteniéndolo todo desde el ninguneo, circulan los Otros, los indios, los collas: acusados, usados, abusados y necesitados (con toda la ambigüedad de la estructura sintáctica de los predicativos), pero también integrando y alimentando la trama viscosa de la ciénaga. Nadie es inocente, concluyo, re racional. Pero, ¿y Luciano? Un mero angelito inocente no pide un rifle, ¿no? Él ya se había quedado allá muriéndose en la ciénaga-ciénaga porque el tiro sólo se escuchó y no se supo por un rato si se había corrido a tiempo o no; no se supo si el disparo le había dado a él o al buey. ¿Se trata todo el tiempo de ahorrar a alguien inocente el sufrimiento indecible de tratar de salirse de la ciénaga y, por tratar (por querer ver más allá del muro, alto en la escalera prohibida), hundirse más y más? El viaje a Bolivia sería otro tironeo desesperado que hunde más. Todo el tiempo se sabe que la ciénaga va a ganar. Todo el tiempo la morosa disyuntiva (pasiva, no en estructura narrativa de "conflicto") se da entre la lucha que empeora las cosas y el tiro de gracia. Sabotear el viaje a Bolivia es, por parte de Rafael, otro tiro de gracia.
Pongamos que entendemos todo según la clave mística. Macanudo: pero la que ve profundo en lo inmanente -Momi- no ve nada en lo trascendente: "yo sé cómo va a terminar esto: vos te vas a quedar encerrada hasta que te mueras, como la abuela". Pero después va a donde se aparecía la virgen y declara: "no vi nada".
Uno podría hacer un mapa, un dibujito de un gran charco, y adentro, poner a cada uno de todos los personajes, cada uno ubicado según su particular y diferente grado de hundimiento. Más aun, uno podría -todavía sin entender nada, ni necesitarlo ya- trazar ciénagas concéntricas. Y si para Heidegger no se trataba de salir del círculo vicioso sino de entrar en él a fondo, para La Ciénaga se trata de volver y volver hasta sentir la opresión pegajosa que empuje al último escalón, con la esperanza de…¿ver a la virgen? ¿llegar a Bolivia? y que para uno, además, ese escalón no esté roto.
Sí, hay ciénagas concéntricas: las montañas encierran todo, y todo, campo y pueblo, cae dentro del marco de las montañas infranqueables. La pileta-ciénaga está encerrada en la ciénaga mayor; Mecha va a encerrarse aun más, en su propio cuarto, expulsando incluso al marido inútil ya -y repitiendo una historia familiar: porque la ciénaga es intemporal, es trascendente en el sentido de que todo lo atraviesa y todo lo determina. La heladerita para los hielitos, recién comprada, será corazón de última ciénaga, la más nuclear, la más cerrada.
E incluso la voz que propone esa heladerita no es sino la de la televisión, que es sede de lo mágico: es sólo desde la pantalla, borrosa, de poca definición, que se tiene noticia de la aparición de la virgen. La heladera como núcleo de la última y más interior de las ciénagas circulares viene desde la trascendencia: es colocada allí desde la promesa (publicidad) divina. Porque esa heladerita qué va a contener: nada alimenticio, nada vivificante; sólo agua -ciénaga- congelada, esto es, detenida. Y a la vez la heladerita hará el trabajo de las collas: esclava mecánica de la fuente inagotable de frescura y locura. Todo cierra. Incluso el locutor que publicita la heladerita no puede ser más consistente: Todas las bandejas de la miniheladera Upsala están construidas íntegramente con vidrio antiderrame. ¡¡¡Antiderrame!!! No sea cosa que la ciénaga desborde sobre sus más-alláes: Buenos Aires y Bolivia, porque en tal caso, desaparecería. Sin el polo mágico y sin el polo material no hay encierro posible. Sin límites externos, no hay libertad. Y La Ciénaga, entre millones de otras cosas, es una película sobre la libertad.

Y la libertad me lleva de vuelta a Bolivia: ir para afuera-para abajo, para el "colorinche", porque "a ver si me quedo encerrada como mamá", en lo oscuro de la ciénaga. Ir a Bolivia: ir allí donde todo es como abajo, pero limpio. Tan limpio que el insulto preferido contra los collas es: sucios. Pero allá, a donde quieren ir desatinadamente, todo es colla. Todo es tierra, no barro, tierra bien seca. El barro -de la ciénaga- es la trabazón infame y enfermiza de esa estructura social. Hunde porque es una mezcla alienada de agua blanca y tierra colla. Pero Bolivia es pura tierra, seca, libre, vacía, desértica, indeleble. Lo que quedó como era, como debió ser, puede disolver la ciénaga. Pero no: debe permanecer afuera, como límite exterior. Y Buenos Aires debe seguir comprando pimiento y mandando dinero. No se trata de una ciénaga indeterminada; no se trata de un mero lugar de abandono familiar y social. La Ciénaga es el núcleo de un sistema que, por supuesto, optará por no verla, por negarla. Es el no lugar que habilita todos los lugares.

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