No hables: nos quedamos acá. Es de noche y no hay otra mañana, pero estamos juntos, acostados juntos. Y está bien así. No hables: llamáme. No digas nada. Pero mi nombre, continuamente. Ahora está todo en orden. Tu pelo negro se extiende sobre mi pecho y me abriga. Descansemos, Laura: el trayecto es fatal, secretamente limpio y fatal, y duele tanto frío ahora. Vas a decir que estamos viejos y que no amamos lo suficiente, pero no, sos más precisa. Decís: la casa iba a ser blanca y con ventanas verdes. Iba a dar el sol todo el día y en invierno hubiéramos conocido la tibieza de la tarde y las reuniones alrededor del fuego. Primero, no llegaste a tiempo. Después, no llegaste.
Vos sabés que el tiempo para mí es casi intransitable, Laura. Cada año yo perdía un año y algunos días buscando una casa con ventanas verdes. No me creés.
Sí, te creo. Pero yo soy tu mujer y te esperé. Y ahora tengo frío.
Tenés frío, Laura, pero no hay nada que hacer. No amamos lo suficiente. Ahora tenés derecho a reírte así de mi nombre, de que mi nombre quiera decir "hombre del pueblo" y yo no haya sido más que –lo estás diciendo vos-: ratón de librería, hippie a destiempo, borracho sin guitarra. No te perdono; tengo frío. Entendámonos ahora, mi antiguo compañero, porque ya vienen a terminar con nosotros.
Laura, tonta, no terminan con nosotros, eso ya está hecho. Ya sé, te miro y veo tus ojos azules y huelo la tierra húmeda y te huelo, pero mañana.
Ya lo sé, no me lo digas. Lo sé, pero no lo digas. Somos viejos, y eso es lo que pasa. A mí me alcanza con eso. Dame la mano y callémonos. Todavía no te dije que te amo. Cantáme.
Y vos, Laura, empezás a cantar, acostada a mi lado, la vieja canción judía de cuando los judíos estaban en España, de cuando hacíamos el amor y en el corazón de la noche tu piel era la casa del verano:
A la una yo nací
A las dos me engrandecí
A las tres tenía amante
Y a las cuatro me casí.
(Buenos Aires, 1983)
No hay comentarios:
Publicar un comentario